14
Las demoras tienen fines peligrosos.
Shakespeare
Louisa vagaba por el sendero de grava, deteniéndose un momento ante unas flores silvestres para acariciar sus pétalos, luego se apresuró al ver con temor las nubes de tormenta, y después se detuvo para mirar sin ser vista hacia los páramos, sumergida en un ensueño diurno, y las amenazadoras nubes quedaron olvidadas.
David Friday la estaba evitando... no había intentado volver a verla. Antes siempre solía estar por aquí. Doquiera que ella se diera vuelta, allí estaba él, y ella tampoco estaba ciega ante las miradas de admiración que él le había prodigado. Pero ahora nunca lo veía... como no fuera a lo lejos, cuando percibía apenas su espalda al retirarse y ella llegaba al lugar en que lo había visto; él ya no estaba. No entendía aquello. David se había convertido del tranquilo, atento marinero joven de antes, de quien ella se había enamorado, en un desconocido preocupado y distante, que actuaba como si ella lo aburriera. ¿Qué había ocurrido para provocar este cambio de actitud? Ella no había cambiado... era siempre la misma. ¡Estaba tan confundida! Creía finalmente haber encontrado a alguien que la amaba... y a quien ella amaba... pero ahora todo parecía desmoronarse.
Louisa suspiró, angustiada. Aunque David le hubiera pedido que se casara con él, la cosa no habría servido de nada. Imaginaba la reacción de sus padres ante un marinero sin trabajo y sin un centavo que pidiera la mano de su hija... una hija para la cual deseaban un matrimonio ventajoso.
Esta era otra de las cosas que la intrigaban. Sus padres seguían actuando como si ella fuera a casarse con el marqués... aunque él acababa de casarse... y con alguien tan bella y bondadosa como Elysia. ¿Cómo podía, nadie que no estuviera loco, imaginar que el marqués podía desear a otra persona... especialmente a alguien tan insignificante como ella?
Pero en verdad la situación era rara en Blackmore... su padre, malhumorado e irritado, bebiendo más de la cuenta, y su madre, nerviosa y agitada, negándose a salir de su cuarto horas enteras.
A veces sentía que eran unos desconocidos para ella. Lo cierto es que nunca los había sentido cerca, nunca le habían demostrado cariño... ella era sólo el medio para lograr lo que buscaban. Era sólo necesaria e importante como un peón de ajedrez, para arreglar un matrimonio propicio.
Louisa suspiró, porque temía que sus padres quedaran desilusionados en este sentido. Pero no sería nada nuevo. Ella ya los había frustrado. Era una persona corriente... una muchacha simple y feúcha, que no deseaba destacarse en la sociedad londinense. Se daba por satisfecha con seguir en Cornwail. Todo lo que anhelaba era enamorarse de un hombre respetable y educar una familia, pero sus padres siempre habían mirado más alto para ella en sus grandes planes. A veces la asustaban con su determinación... su incontrolada búsqueda de riqueza y posición. Sabía que nunca iba a entenderlos, ni ellos a ella. Eran mundos aparte en sus creencias y deseos. Si solamente...
La atención de Louisa se distrajo al ver un jinete que se acercaba en la lejanía hacia la casa de verano. Hizo una mueca de desagrado. Nunca le había gustado aquella pagoda de estilo chino... parecía incongruente y ridicula, erigida grotescamente en la comarca inglesa.
Cuando el jinete estuvo más cerca, Louisa vio que era lady Trevegne, y que tenía mucha prisa. Louisa corrió también, ansiosa por saber qué pasaba en la pagoda. Elysia había desaparecido por el costado del edificio, hacia la entrada, en el momento en que llegó Louisa, casi sin aliento por el esfuerzo. Se detuvo un instante, apoyada contra las rejas de hierro forjado y pintado de rojo que adornaban y protegían las ventanas abiertas, y procuraba recobrar el aliento cuando oyó voces dentro. Louisa apretó la cara contra los entrelazados diseños, curiosa, mientras espiaba en la habitación sombría.
Dos hombres habían desaparecido por una puerta en la pared de paneles —una puerta que sólo podía conducir al exterior— pero lo cierto es que bajaban una escalera que llevaba a un sótano.
—¡Vamos a libramos de milady... arrojar su cuerpo al mar!
Las ominosas palabras dichas por uno de los hombres se deslizaron por la reja como una nube de gas venenoso. La puerta se cerró tras ellos y el panel volvió a deslizarse, dejando un atroz silencio en la habitación vacía.
¿Se habrían referido a lady Trevegne? ¿Dónde estaba Elysia? Louisa la había visto entrar en la pagoda hacía unos quince minutos. Lanzó casi un grito y corrió por donde había venido, deteniéndose para buscar el caballo de Elysia. Estaba allí, atado a una rama.
Elysia no se había ido. Debía estar en aquel lugar siniestro hacia donde llevaban las escaleras... fuera lo que fuera.
¡ Oh, Dios mío! ¿Qué podía hacer? Tenía que conseguir ayuda, pero no tenía caballo, y tardaría siglos en llegar a las caballerizas... y además: ¿acaso no había dicho su padre en el almuerzo que era probable que no volviera hasta la noche? Oh, ¿qué podía hacer?
Ariel relinchó nervioso, mientras miraba a la personita que decidida avanzaba hacia él.
Sólo le quedaba un medio: de alguna manera tenía que montar en aquel monstruoso caballo.
—Ariel, quieto, debes dejar que te monte —suplicó Louisa con suavidad, tendiendo una tímida mano hacia las riendas—. Tu ama está en peligro. Tienes que ayudarme. —Ariel retrocedió nervioso, mostrando sus grandes dientes.
—¡Maldición! —Louisa juró por primera vez en su vida y una
cascada
de lágrimas cayó por sus mejillas, mientras lloraba de frustración y disgusto ante su fracaso. ¿Por qué era tan débil? ¿Tan incapaz de salvar a la única amiga que había conocido? Sus delgados hombros temblaban cuando sintió que algo la empujaba, y Louisa se volvió rápida, mientras Ariel frotaba con el hocico su cuello.
Louisa miró sin creer, con miedo de moverse mientras el caballo resoplaba, no de manera amenazadora... más bien con curiosidad.
—Oh, Ariel, de verdad entiendes —murmuró Louisa intentando una vez más apoderarse de las riendas, y esta vez el gran caballo no hizo esfuerzos para impedirlo. Temblando de alivio y miedo, Louisa lo condujo hasta un tronco caído y montó, sin atreverse a respirar. Lo instó para que echara a andar, y antes de recobrar el aliento había partido como un pájaro que vuela. Louisa tragó convulsivamente mientras se mantenía con peligro de su vida, su sombrero de paja con un ramo de cerezas balanceándose precariamente sobre sus bucles castaños. Louisa no se dio cuenta de que su vestido azul le subía por encima de las rodillas, revelando sus piernas con sus medias y unos zapatitos rojos mientras se preguntaba si el plan era bueno después de todo.
Louisa nunca había cabalgado tan rápidamente en su vida, el paisaje era una niebla indistinta ante sus ojos. El problema principal en este momento era: ¿cómo detenerlo? Ariel coma en línea recta hacia Westerly y su establo cuando Louisa vio a tres jinetes que venían rápidamente hacia ella.
—¡Socorro, por favor! —gritó Louisa, pero su grito fue caprichosamente devuelto por el viento. No creía poder sostenerse un minuto más.
El jinete de uno de los tres caballos obligó a Ariel a virar, y después, estirándose mientras corría a la par con paso más rápido, se inclinó hacia Louisa y arrancó las riendas de sus dedos. Afirmando su autoridad y su fuerza logró que los dos caballos disminuyeran la marcha hasta que se detuvieron.
Louisa echó hacia atrás el bonete que había caído sobre sus ojos, con una mano que temblaba, y vio por primera vez el rostro de su salvador.
—¡Lord Trevegne! —exclamó agradecida, y nunca se había sentido más dichosa que ahora al ver aquellas facciones morenas y arrogantes—. ¡Oh, gracias a Dios que está usted aquí!
—¿Que diablos hace usted en este caballo, Louisa? —preguntó Alex, apaciguando a Ariel con mano suave, mientras el gran caballo tironeaba impaciente del freno.
—¿Dónde está Elysia?—preguntó Peter, que galopaba junto a ellos, con Jims muy cerca, y después vio, incrédulo a la pequeña Louisa Blackmore, sentada en el lomo de Ariel.
—¡ Van a matarla, y yo no supe qué hacer! Tenía tanto miedo... —sollozó Louisa incoherente.
—¡Matarla! —exclamó el marqués, y pareció petrificado—. ¿Qué diablos está usted diciendo? —primero había sido llamado por Peter y Jims, que buscaban a Elysia que había salido a cabalgar en aquella niebla que se espesaba... sin la compañía de un caballerizo. Y Peter parloteaba como un tonto, pensó, al percibir una oleada de coñac en su aliento. Jims gruñía acerca de dificultades y traiciones, y ahora aparecía Louisa Blackmore montada en Ariel, un caballo que incluso él no podía montar, y que lloraba histérica diciendo que iban a asesinar a Elysia. Debía de estar perdiendo el juicio.
Agarró a Louisa por los temblorosos hombros para calmarla.
—Conteste: ¿qué es eso de matarla? —pero Louisa seguía temblando. Alex perdió la paciencia y la abofeteó en la mejilla, con un gesto súbito, que la pescó descuidada.
—Caramba, Alex, ¿qué diablos...? —empezó a decir Peter.
—Este no es momento para histerias ni un ataque. Dios, lo que está diciendo puede ser verdad... —Alex contempló la expresión de horror de Peter, que igualaba la propia—. Vamos —dijo a Louisa un poco más calmada— dígame exactamente lo que pasa.
—Se trata de Elysia —dijo ella entre contenidos sollozos, mirándolos con los ojos llenos de lágrimas—. La vi entrar a la pagoda... —se interrumpió al ver que Jims contenía un grito, tragando el tabaco que había estado mascando mientras su cara se ponía roja al atragantarse.
Alex le lanzó una mirada penetrante que captó la súbita expresión de miedo en sus ojos, ante las palabras de Louisa.
—...¿y qué pasó entonces? —instó a la muchacha.
—Parecía muy agitada por algo, porque corría; la seguí, pero yo estaba a cierta distancia, y tardé unos diez minutos o más en llegar y... —hizo una pausa, y al recordar las amenazadoras lágrimas desbordaron sus ojos.
—Vamos... Louisa, dígame a mí qué pasa —insistió Alex con suavidad, pero insistente, decidido a conseguir la respuesta que buscaba.
—Y entonces —siguió Louisa, calmada por la tranquilidad del marqués— oí a unos hombres de aspecto horrible que decían que iban a matarla —palideció al ver los ojos de lord Trevegne que se entornaban y sus labios que se apretaban en lo que parecía un gruñido.
—Está en una verdadera dificultad. Señoría —dijo Jims, con voz temblorosa.
—Vamos enseguida—dijo Peter apresurado, haciendo un gesto para avanzar.
Alex clavó los ojos en Jims, comprendiendo que el hombre sabía algo, pero no podía perder tiempo en averiguar de qué se trataba.
—Desmonte y espérenos aquí, Louisa, es peligroso para usted seguir montada y manejando a Ariel. Es un milagro que haya podido subir en él —añadió Alex, mientras se adelantaba para colocarla en el suelo.
—Pero ya no están ahí. Se han ido por el pasadizo secreto.
Alex pareció desesperado.
—¿El pasadizo secreto? ¿Dónde está? ¡Pronto, no hay que perder tiempo!
—Detrás de uno de los paneles de la pared de la pagoda,
—Entonces tendrá que acompañarnos para mostramos ese panel —la levantó rápidamente colocándola delante de él y la rodeó estrechamente con sus brazos, mientras galopaban regresando hacia la pagoda.
—Espero que no sea demasiado tarde —exclamó Louisa nerviosa, mientras el suelo desaparecía tras sus ojos asutados—. Yo... yo no sé tampoco cómo se abre.
—Lo lograremos... y reguemos a Dios llegar a tiempo... por más motivos de los que usted puede entender —oyó Louisa decir fervientemente al marqués, mientras miraba su cara contraída... una cara que parecía haber envejecido en unos minutos, con una expresión de atroz presentimiento.
—Teniente Hargrave, a la orden —el joven teniente saludó gallardo cuadrándose ante su superior.
—Teniente —lan devolvió el saludo—, me alegro de verlo a usted y sus hombres —observó cómo llevaban el bote a la playa, guardando dentro los remos y arrastrando el bote por los guijarros en un movimiento coordinado y bien entrenado.
—Felicitaciones del almirante, señor. Avistamos el barco de guerra francés a mediodía, anclado fuera de la punta. Esperando para deslizarse entre la niebla, señor —informó el teniente, con creciente excitación ante la idea de una refriega.
—¿Ya han enfilado hacia la costa, teniente?
—El Valor hará una señal cuando lo hagan, señor..., y nosotros esperamos —explicó con anticipación.
—Tenga cuidado de ocultar bien el bote —previno lan mientras observaba cada movimiento con ojos críticos—. Sí, ciertamente esperaremos, pero ahora hay que actuar —dijo lan, todo acción mientras tomaba disposiciones—. Ponga sus hombres a cubierto... queremos que el pez caiga bien en la red... no queremos que ninguno vuelva al mar, ni... —hizo una pausa lanzando una mirada pensativa hacia la estrecha cañada— ... que se meta como un conejo en la madriguera al oler el peligro. Y, teniente —añadió lan—, a menos que los aldeanos disparen contra usted, no les dispare... no queremos hacerles daño.
La playa parecía desierta mientras el cargado bote cabalgaba en las olas hacia la costa, las rocas y las conchillas deshechas rascando ruidosamente el casco cuando tiraban de él hacia adentro... el suave chapoteo de las olas jugando en los tobillos de los hombres que forcejeaban.
lan y sus hombres, ocultos detrás de las rocas, se irguieron al oír el grito de una lechuza, y sin aliento vieron emerger mercancías de la boca de la cañada, donde había esperado la señal de que todo estaba en orden y el arribo del bote.
—Dé la orden a sus hombres —murmuró lan al joven teniente que estaba agazapado a su lado—. Nos moveremos cuando yo dé la señal.
El teniente Hargrave hizo correr la voz entre los marinos que esperaban ansiosos, estacionados en posiciones claves a lo largo de la playa, mientras las mercancías pasaban laboriosamente junto a ellos, dirigiéndose el bote donde los dos grupos convergían en uno.
lan esperó... y después silbó agudamente, y las agudas notas de inmediato pusieron en acción a los hombres que aguardaban.
Formaron un círculo alrededor de los contrabandistas, que se fue reduciendo más y más, hasta llegar ante los atónitos marineros franceses y los aldeanos. Estalló el caos cuando los marineros trataron de volver a empujar el bote hacia la marea, pero todavía pesaba mucho con la carga del contrabando no descargado, y respondía lentamente a sus empellones. Los aldeanos intentaron huir para salvarse, abandonando los decididos esfuerzos de sus compatriotas, y corrieron por la playa, con los pantalones mojados golpeando las pesadas botas mientras escapaban con un escuadrón de marino pisándoles los talones.
Sonaron unos disparos bajo la cubierta de popa del bote abandonado, cuando los marineros franceses vieron la inutilidad de la tentativa de escape.
lan tocó la blanda arena en un simple salto, la pistola cargada y lista, pero los franceses quedaron atrapados cuando el círculo se cerró y los rodeó. Desnudos ante el fuego y cercados a la derecha y a la izquierda, se rindieron, dejando varios compañeros caídos y heridos gimiendo en la arena.
lan pasó el mando al teniente, cuyos ojos brillaron en la cara sucia. Su uniforme, una vez inmaculado, estaba desgarrado y manchado. lan examinó a los prisioneros. Le importaban poco aquellos marineros franceses, o los taciturnos y asustados aldeanos que eran llevados bajo guardia hacia el bote, como un rebaño.
Todavía no había tropezado con su espía... ni con el despacho. Había vigilado cuidadosamente cuando el rebaño de muías y hombres se acercaba al bote, buscando al caballero y al conde... pero no habían aparecido. Estaban sólo los acostumbrados campesinos que descargaban los bultos y los transportaban hacia los peñascos en busca de los numerosos escondites que había allí.
Pero estaba intrigado: el conde y el caballero debían de estar escondidos. Este viaje se había hecho específicamente para el conde. En general, los franceses no se aventuraban a enfrentarse a los cañones ingleses, pero no querían correr riesgos de perder al conde o a su información. De todos modos, como ambas partes estaban muy ávidas de dinero, se habían demorado al traer un cargamento extra para el hidalgo, tal vez una recompensa por servicios prestados. Seguramente él debía de estar aquí, listo para recibir aquel botín, y el conde preparado para embarcarse en cualquier momento.
lan lanzó unos juramentos, y miró a su alrededor, perplejo, de manera concentrada, cuando percibió un movimiento furtivo del lado del acantilado.
—Adelante, síganme —ordenó a un grupo de hombres pesadamente armados, que permanecían inmóviles ahora que había terminado la refriega. lan corrió hacia el risco, sus ojos buscando la figura que desaparecía rápidamente en lo alto del acantilado.
—¡Busquen un sendero oculto!
Buscaron locamente entre las rocas y las mantas tras el sendero por el que se escabullía la presa, desapareciendo entre la niebla que envolvía todo con un velo blanco. No podía perderlos... después de haberlos tenido tan cerca, pensó lan con rabia.
—¡Aquí lo encontré, señor! —exclamó una voz triunfal entre la niebla.
El sendero estaba hábilmente oculto entre los peñascos y penetraba bajo un reborde del risco, torciéndose en una porción hueca de roca, para emerger al otro lado del acantilado... oculto desde lo alto y desde abajo a los ojos de posibles curiosos.
lan y sus hombres se movieron lentamente por el estrecho sendero, entre la niebla que ocultaba el abismo que caía a pico en el borde y el suelo desigual. Pero, aunque la niebla les hizo disminuir la marcha, también demoró la de las figuras del frente, a las que veían ocasionalmente en medio de la creciente neblina que giraba alrededor, estorbando cada paso. lan disparó al aire para prevenir a los fugitivos cuando volvió a verlos. Una de las figuras se detuvo, con momentánea indecisión, después se volvió y prosiguió la marcha.
—El próximo tiro no será al aire —dijo lan a sus hombres, que tenían preparadas las pistolas.
La niebla se levantaba en remolinos, engañándolos y provocándolos con falsas visiones.
—Deténganse o disparamos —gritó lan, hacia las figuras que huían, visibles una vez más... pero ellos siguieron sin prestar atención.
—Fuego —ordenó lan cuando la niebla se movió entre las figuras, envolviéndolas en su blancura mientras las balas atravesaban ciegamente la niebla—. Maldición —murmuró lan, cuando nuevamente avanzaron tras un enemigo que se les escabullía. El sendero estaba bloqueado al frente por un peñasco, cuya negra forma se erguía en el medio, cerrando el paso.
Ian se inclinó junto al peñasco y contuvo el aliento, sorprendido... era el caballero. Su casaca negra lo cubría como una tienda. lan lo volvió con cuidado: el caballero estaba muerto... de un tiro en la cabeza.
—Adelante, tenemos mucho que hacer antes de que termine el día —dijo lan sombríamente mientras pasaba por encima del cadáver del hidalgo Blackmore, cuyos ojos sin vida miraban hacia el cielo.
15
Hay algo detrás del trono, que es más grande que el mismo rey.
William Pitt, conde de Chatham
Elysia sentía oleadas de dolor golpeando contra sus sentidos, a medida que recobraba la conciencia con nauseabunda rapidez. Casi anhelaba la tranquila negrura de la inconsciencia. Gimió levemente mientras trataba de sentarse, pero no lo logró, y un dolor agudo la hirió penetrante bajo los ojos, y volvió a caer acurrucada en el frío suelo de piedra de la cueva.
Abrió los ojos y miró desorientada lo que la rodeaba, y las paredes giraban y giraban a su alrededor, y las antorchas colocadas en las ranuras de los muros se agitaban confusas ante sus ojos. A lo lejos oía el ululante murmullo del mar, que llegaba hasta la boca de la cueva.
Elysia logró sentarse, apoyándose en una barrica... y sintió aquella presencia dura y firme tras ella a medida que la visión se aclaraba y recobraba el equilibrio, y el suelo de la caverna quedaba quieto y se afirmaba. Lentamente se llevó a la nuca la mano temblorosa... sintió la sangre pegajosa y coagulada entre su pelo, e hizo una mueca al tocar el delicado chichón de la cabeza. Le dolía de manera intolerable, y cerrando los ojos respiró profundamente, mientras su estómago empezaba a sentir náuseas. Se sentía lastimada y tenía el cuerpo rígido. Miró su traje de montar, roto y manchado, salpicado con la sangre de los cortes y moretones que cubrían todo su cuerpo. Casi rió histérica al pensar en el trabajo y las cuidadosas puntadas que había dado Dany para arreglarlo después del otro accidente. Sería necesario algo más para salvarlo esta vez.
Elysia contuvo un estremecimiento al ver los empinados y estrechos escalones recortados contra un lado de la cueva, que subían mareantes hacia la gran puerta de hierro incrustada en la pared de la pagoda.
¿Qué había pasado? Había caído por aquellos traidores peldaños... y seguía respirando. Recordaba el atroz golpe en la cabeza, el espacio vacío ante ella al caer, pero después la había tragado la negrura y por suerte no había sido consciente de su descenso a la cueva.
¿Qué había sido de la señora Blackmore? Recordaba que había estado con la esposa del caballero antes de caer. Elysia miró alrededor: la señora Blackmore no estaba con ella, herida y desamparada... Seguramente no podía haber matado a la esposa del caballero, fuera quien fuere el que la había golpeado en la cabeza. No podía estar muerta... el hidalgo no iba a matar a su propia mujer. Pero, ¿por qué la habían engañado para traerla a esta cueva subterránea, que estaba llena de mercancías de contrabando? Se preguntó si lan estaría enterado de esto. Pero ¿par qué la querían s ella?
Elysia luchó por ponerse de pie, apoyándose pesadamente contra la pared de la cueva, mientras sus rodillas vacilaban y una sensación de marea la debilitaba. Tenía que salir de allí... debían de haber creído que habían sucumbido ante las heridas, y pronto vendrían a retirar su cuerpo... probablemente para arrojar al mar.
No tenía idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, pero se sentía helada por haber estado tirada en el húmedo suelo de piedra. Elysia avanzó lenta y dolorosamente hacia los escalones, y se detuvo al ver abrirse de golpe la puerta mientras una luz surgía de una llameante antorcha que sostenía alguien que bajaba.
—¿Todavía viva? —preguntó una voz incrédula—. Me sorprende. En verdad es usted dura para morir... tiene más vidas que un gato. —Señaló la señora Blackmore con voz displicente mientras descendía con cuidado las traicioneras escaleras, donde en cualquier momento uno podía resbalarse por la humedad.
Elysia quedó estupefacta mirando fijamente a la mujer. Aquella dulce y tímida mujercita... la apuntaba ahora directamente al corazón con una pistola, con expresión de odio en sus ojos pálidos. Parecía emanar de ella una maldad que Elysia nunca había notado antes.
Los labios de la señora Blackmore se curvaron blasfemos mientras empuñaba la boca de la pistola en un gesto amenazador hacia Elysia.
—Se... señora Blackmore, ¿qué significa este ultraje?
—demandó Elysia, adelantándose con valor, contra el miedo que la sacudía por dentro.
—Perdón, Señoría, por no haber explicado las cosas más claramente. ¿Me disculpa. Señoría? La gran marquesa...
—rió desagradablemente, lanzando una mirada hacia el aspecto desaliñado de Elysia—. No parece usted tan importante. Señoría... ¿eh, muchachos? —preguntó con malignidad a los dos hombres que la seguían, y a los que Elysia no había visto, al quedar mirando como hipnotizada a la señora Blackmore.
Ahora veía por primera vez a los dos hombres que estaban de pie y en silencio detrás de la señora Blackmore. Eran grandes y de apariencia poderosa, con hombros amplios y largos brazos musculosos, amenazadores, y permanecían de pie, como dos toros, observando la aflicción de Elysia sin un parpadeo de emoción en sus rostros crueles. Elysia recordó a los hombres que habían golpeado a lan. "Actuaban en serio" había dicho él, y ella había visto de primera mano el castigo que eran capaces de infligir... en caso de que fueran los mismos.
—Todavía no parece que esté lo bastante bien —dijo el más bajo, que era también el más sucio, haciendo una muecas desagradables mientras daba a su compañero un codazo lleno de significado.
—¿Sorprendida? —preguntó divertida la señora Blackmore.
—De verdad lo estoy, señora. Se ha perjudicado usted a sí misma al no desplegar su talento en el teatro. Para usted parece fácil representar un papel —contestó Elysia con ligereza, procurando recobrarse de la sorpresa por el cambio en la señora Blackmore.
—Acepto eso como un elogio —dijo la otra riendo—. Porque habría sido buena. Después de todo, estuve en las tablas durante quince años antes de casarme con el caballero... lo cual fue una gran suerte para mí. Yo era bastante bonita entonces... aún lo soy... pero naturalmente no utilizo mi buen aspecto para este papel. No es un papel que me haya divertido mucho, pero ha cumplido su propósito.
—¿Y cuál es ese propósito?
—Lograr que ustedes idiotamente me subestimen. ¿Quién va a sospechar que la tímida señora Blackmore dirige una de las mayores operaciones de contrabando de Inglaterra? Nadie ha pensado en mí... mientras reían y hablaban, comían y bebían, divirtiéndose en mi casa, sin lanzarjamás una mirada en mi dirección... los muy imbéciles. No hacían preguntas siempre que tuvieran el estómago lleno de comida y de bebida, y había muchos juegos para mantenerlos divertidos... tienen tan escaso cerebro como un rebaño de ovejas.
—¿Entonces es usted el cerebro del grupo de contrabandista? ¿Y qué pasa con el caballero? ¿Es también un mero actor? —preguntó Elysia.
—Oh, no, él es sincero. Tiene una pequeña propiedad en el norte, pero no sirve para el gran contrabando... y necesitamos mucho dinero. No, esa propiedad no entra en mis planes, y el caballero sí, desee lo que desee. El sabe que soy yo quien tiene el cerebro, quien lo mantiene con coñac y cigarros, rodeado de aduladores —provocó.
—¿Y cuáles son sus planes?
—Bueno, supongo que tiene usted derecho a saberlo —por un momento pareció deliberadamente meditar, creando un suspenso—. Ya que usted desempeña un papel tan importante en ellos.
—¿De verdad? —exclamó Elysia, atónita.
—Oh, sí. Usted es el centro del plan... en realidad un obstáculo, pero que haremos desaparecer pronto. Por desgracia, mi primera tentativa ha fallado. Supongo que usted no creyó de verdad que su accidente fuera provocado por la bala perdida de un cazador furtivo —pareció satisfecha al recordar. La urgencia de vanagloriarse de sus logros era demasiado fuerte para poder negarlos, y la tara de crueldad que generalmente controlaba no pudo resistir atormentar a su víctima.
—¿Hizo usted que me dispararan deliberadamente? ¿Alquiló usted a alguien que me matara? —preguntó Elysia incrédula, sintiendo que un nudo de terror le retorcía el
estómago.
—Sí, fue soberbiamente planeado... pero ese imbécil apenas la hirió en lugar de matarla. Ahora tendré que librarme de usted con menor finura... pero no se puede remediar. Tengo prisa... tengo invitados y un nuevo cargamento más importante. Nunca he recibido antes un pago tan grande por una carga. Por eso debo ocuparme personalmente de él. El caballero ya está allí, pero no confío en él: puede embrollarlo todo. ¿Se da usted cuenta de las molestias que me ha provocado? —preguntó la señora Blackmore como si conversara—. En realidad debería usted pedirme disculpas... porque he tenido que ocuparme de librarme de usted junto con todas mis otras transacciones comerciales... a las que en verdad debo dedicar toda mi atención. ¡Cuando pienso en el precioso tiempo que he perdido ocupándome de usted!
Elysia la miraba incrédula. Aquella mujer estaba loca, plantada allí de pie, planeando tranquilamente su muerte, y esperando que admirara su éxito. ¿Acaso no tenía conciencia? Aparentemente la señora Blackmore no sentía remordimientos, sólo una ligera irritación por sentirse molestada.
—Ha sido muy descortés de mi parte, señora, le pido a usted perdón —replicó Elysia con acidez, procurando ganar tiempo. Apretó los puños para luchar contra el miedo que la invadía. No debía mostrar pánico delante de aquellas criaturas... simplemente les daña más placer—. Pero hay algo por lo que siento curiosidad... y le agradecería que usted me lo aclarara. ¿Por qué desea usted mi muerte? Nunca le he hecho daño a usted.
—¿Que nunca me ha hecho daño? —repitió la señora Blackmore, con sarcasmo—. ¡Me ha engañado usted más allá de lo imaginado!
—Eso es absurdo. Nunca le he arrebatado nada que le perteneciera.
—Usted es lady Trevegne, marquesa de St. Fleur, ¿verdad? —preguntó la otra, provocadora, adelantándose mientras enarbolaba salvajemente la pistola cargada.
Elysia asintió con la cabeza.
—Sí —dijo débilmente mientras retrocedía ante el decidido avance de la señora Blackmore.
—¡Me ha robado usted el título! Elysia la miró, incrédula. ¿De qué estaba hablando aquella mujer? Debía de estar totalmente loca.
—Louisa debería ser ahora la marquesa, no usted. Y yo tendría todas las propiedades, el dinero y la posición... un lugar en la sociedad... y no sería la insignificante esposa de un hidalgo campesino. Pero usted me las pagará. ¡Usted, con sus aires de gran dama! Dejando de lado su sangre azul aristocrática... sus venas manarán sangre roja cuando usted muera... y, como los otros, me suplicará usted a mí, Clara Blackmore, la pequeña actriz ante quien todas las grandes damas han levantado la nariz, mientras los maridos me mantenían aparte... que tenga piedad y le salve ese precioso, largo cuello blanco.
—Nunca —exclamó Elysia imperiosamente, levantando más el mentón—. Cómo según parece puedo hacer muy poco para impedir que usted me asesine, al menos mantendré mi dignidad, y no discutiré con gente de su calaña —añadió tranquilamente, mirando con desprecio a la señora Blackmore.
La mano de la señora Blackmore tembló levemente ante de encogerse de hombros, fingiendo indiferencia.
—Valerosas palabras, lady Trevegne, muy valientes en verdad. Pero me pregunto cuánto durará esa dignidad, a medida que la muerte se acerque más y más, hasta que pueda usted respirarla.
—La dignidad es algo que usted no conocerá jamás... y que no entenderá. Está más allá de usted —dijo Elysia audazmente, sus ojos brillantes como llamas verdes— y no crea usted que va a tener éxito, porque no lo tendrá, señora Blackmore. ¿Quiere que le prediga algo?
—Basta. No me interesa su juego... no soy tonta. ¡Predicciones... vamos! —rió burlona la señora Blackmore.
—Debería tomarlas en cuenta. Varias veces me han acusado de ser bruja —rió Elysia, dejando por el momento atónita a la otra mujer—. Oh, veo que usted cree... aunque sea un poco. Bueno, deje que le diga el futuro. Será usted destruida, descubierta, desenmascarada como la traidora que es... y muy pronto, mi querida señora Blackmore, muy pronto. Todo ese dinero y poder que anhela no podrá disfrutarlos, porque mi muerte también será vengada —prometió Elysia con voz suave, que resonó como una maldición sobre la cabeza de la otra.
Los dos hombrones detrás de la señora Blackmore se movieron inquietos, mientras contemplaban fascinados el juego de los colores en el cabello de Elysia, dentro del cual parecían danzar las llamas de las antorchas.
—¡Matadla! —chilló la señora Blackmore, mientras retrocedía nerviosamente alejándose de Elysia y de la extraña luz verde que brillaba en los ojos alargados de esta mientras miraba fijamente a la señora Blackmore. No había miedo visible a la muerte en aquel hermoso rostro, sólo una sonrisa, curvada en los labios, al ver el miedo y la duda en conflicto en la cara contraída de la mujer.
—¡Morirá usted! —silbó venenosa mientras se abría paso por el pasadizo hasta la entrada de la cueva—. Terminad pronto con ella... tenemos otros trabajos que realizar esta tarde. Adiós, lady Trevegne —añadió— riendo mientras desaparecía.
Elysia permaneció en silencio, mirando de frente a los dos hombres que parecían examinarla. ¿Acaso se preguntaban si ella iba a resistir? Bueno, pronto descubrirían que no era el suyo un corazón débil. Si tenía que morir, moriría luchando.
—Pero ellos tenían otros planes para ella. No iba a morir de inmediato, y no iban a dejarle una pizca de dignidad. Elysia sintió que su corazón se detenía y que luego volvía a latir, estremecido, a medida que entendía lo que ellos estaban planeando. Los vio pasarse la lengua sobre los gruesos labios y podridos dientes.
No vas a crear dificultades al viejo Jack, ¿eh? —dijo uno de ellos, al percibir que ella había cerrado los puños—. Haremos contigo lo que nos dé la gana. Y no podrás impedirlo, preciosa... y me parece que es mejor que nos divirtamos contigo antes de liquidarte.
—Sí, ya me parecía que ibas a pensar eso, amigo Jack —añadió el otro, haciendo un movimiento hacia adelante como un cazador para lanzarse sobre la presa.
—No tan pronto, gallito, primero será mía —previno Jack a su compañero más pequeño.
—¿Y quién ordena eso?
—Yo... y con eso debería bastarte, si sabes lo que te conviene —amenazó Jack con un gruñido.
Elysia retrocedió un paso. Era demasiado esperar que se mataran entre sí en una lucha para saber quién la violaría primero. Si hubiera alguna manera de huir... pero eran demasiado grandes y fuertes. No tenía posibilidad alguna. No podía sobornarlos... ¿Qué cosa que les ofreciera podía ser lo bastante importante como para que se arriesgaran a ser ahorcados? Dejarla en libertad representaba ponerse ellos en peligro de ser detenidos como contrabandistas... Peor aún, como traidores, y posiblemente asesinos. Por grande que fuera la suma que ella prometiera, no iban a arriesgarse.
El de nombre Jack dio un salto brusco y atrapó a Elysia por la cintura, atrayéndola entre sus brazos. La cara de ella se apretó contra el hombro de él, contra la camisa que apestaba a sudor y mugre. Elysia luchó mientras el olor pútrido penetraba en su nariz. El tironeó del vestido de ella, roto ya, descubriendo sus hombros.
Elysia sintió que iba a desmayarse, mil martillos golpeaban en su cabeza y los brazos del hombre apretaban su costado herido. Rogó para perder la conciencia y que esto llegara rápidamente y la librara de aquella agonía, mucho peor que la muerte.
—Oh, no, no te escaparás, preciosa, vamos, pelea —dijo él con voz tensa, mientras su asqueroso aliento hería la nariz de ella, antes de apoyar su boca en los labios de Elysia. Ella intentó luchar, pero los brazos de él eran como un torniquete que la obligaba a la inmovilidad y la levantaba del suelo, donde las pequeñas botas cortas de ella producían escaso daño en las piernas de él, provistas de gruesas botas.
Las grandes manos tiraron de ella cuando la arrojó brutalmente al suelo, echándosele encima, oprimiéndola dolorosamente con su pesado cuerpo. Las lágrimas brotaron de los párpados cerrados de ella, mientras sentía que las manos del hombre recorrían su pierna.
La nebulosidad del cerebro de Elysia se despejó de pronto al oír el ruido brusco de una pistola que disparaba dos veces, y el rugido del disparo formó eco de pared a pared alrededor de la cueva, hasta apagarse en el rumor del mar. El hombre que estaba encima de ella lanzó un grito de sorpresa y giró apartándose, mientras una castigada mirada atónita se pintaba en sus pesadas facciones.
Elysia clavó la mirada en los ojos como carbones negros del hombre que estaba de pie ante el cuerpo sin vida de su atacante, la pistola que sostenía con negligencia en la mano todavía humeante.
—\Mon Dieu! —repitió él, con voz incrédula—. ¿Que hace usted aquí? Mataría mil veces a ese canalla por lo que ha hecho— y escupió sobre la forma inmóvil que yacía junto a sus botas altas y lustrosas.
El conde se arrodilló y ayudó a Elysia a ponerse de pie mientras se quitaba la casaca y la colocaba sobre el cuerpo estremecido de ella, y sus brazos la sujetaban al verla tambalearse sobre las temblorosas piernas.
—Vamos, beba esto —ofreció extrayendo de la casaca una botella de plata y llevándola a los pálidos labios de Elysia.
Ella tosió al aspirar el fuerte aroma del coñac, pero bebió ávidamente. Elysia sintió que el calor quemaba su cuerpo, y la llama cálida se expandía, como fuego. El mareo pasó y sus piernas dejaron de ser una jalea temblorosa. Aspirando profundamente miró al conde, que la contemplaba con profunda preocupación en sus ojos negros.
—No sé cómo darle las gracias, monsieur le comte. Le debo la vida —dijo Elysia con humildad, con voz débil y temblorosa.
—Haberle podido ser útil c'est un honneur... mais, no creo que la hubiera matado. Como mujer digna, sin embargo, usted lo habría deseado.
—Está usted equivocado... tenían orden de matarme.
—¿Orden? C'est impossible. Pourquoi? ¿Como puede nadie desear que muera alguien tan precioso como usted? Preguntó el conde incrédulo, siempre dudando. Miró alrededor hacia las paredes de piedra de la cueva y la cantidad de mercancías apiladas bajo el techo en forma de cúpula—. ¿Qué hace usted aquí?
—Me engañaron para que viniera aquí... fue la señora Blackmore. Está loca... loca de ansia de poder, y no se detendrá ante nada para obtener lo que busca —Elysia observó la expresión incrédula de la cara del conde. Era probable que él trabajara con los Blackmore, pero era totalmente inocente de los planes asesinos de la señora Blackmore con respecto a ella, pensó. Lo había demostrado al matar a los asesinos contratados por la señora Blackmore.
—¿Por qué iba a querer matarla la señora Blackmore, lady Elysia?
—Me interpongo en su camino. Tiene proyectos con respecto al marqués. Había esperado un casamiento entre Louisa y Alex, pero desgraciadamente él me eligió a mí.
—Ah,je comprendí. Es una mujer de cuidado. Si fuera de otro modo... bueno —se encogió de hombros— yo no tendría tratos con ella. Siempre es mejor conocer al enemigo... así uno está preparado... porque si uno piensa que hay que temer de alguien, ¿cómo va a protegerse contra un golpe inesperado? Esa mujer es mala, y muy peligrosa —parecía perturbado— incluso yo no sabía hasta qué punto era peligrosa.
—Entonces sabe usted mucho acerca de la señora Blackmore, monsieur le comte —los pensamientos de Elysia empezaban a orientarse otra vez, pese al dolor de cabeza, y comprendió que el conde ignoraba que había sido detectado, y que ella conocía la verdad de su misión en Inglaterra.
—Oui, así es —sonrió vacilante, lanzando una mirada sobre el hombro, como esperando—, y supongo que usted se pregunta qué estoy yo haciendo aquí. Es verdad... ahora que ha visto usted la verdadera personalidad de esa mujer... es una contrabandista. Estoy vinculado a ella sólo por razones de transporte. Ocasionalmente tengo que ir a Francia —explicó sinceramente el conde—. Puede usted creer que no soy bonapartista. No. Soy monárquico. Lucho con los grupos que se oponen a ese tirano, pero también tengo que velar por mis propiedades. ¿Me cree? —demandó, como si la confianza de ella representara algo para él—. De hecho tengo la sanción del primer ministro de ustedes para hacer este trabajo —mintió, procurando que ella le creyera.
Si Elysia ya no hubiera sabido la verdad acerca del conde, habría creído toda las palabras mentirosas que él decía con tanta elocuencia. Después de todo era un espía experto, y su trabajo era engañar a la gente que confiaba en él.
—Por favor, créame —suplicó—. Usted me cree... no diga usted lo que ha visto... por lo menos en lo que se refiere a mí—parecía tan sincero, tan ansioso por ser creído, pensó Elysia intrigada, hasta que percibió los nerviosos dedos de él que acariciaban el gatillo de la pistola colocada en la banda de sus pantalones. El no deseaba matarla... a menos que ella no le creyera y lo denunciara a las autoridades. Por eso insistía en que ella creyera. Pero le daba una oportunidad... y esto era más de lo que había hecho la señora Blackmore. Está bien, conde, recibirá usted mi fe más completa, pensó Elysia, y representemos esta comedia.
—Sí, le creo, monsieur le comte —contestó finalmente Elysia, y percibió el alivio en la cara de él, al mismo tiempo que perdía tensión.
—¿No quiere usted poruña vez llamarme Jean? —levantó la mano de ella y besó con suavidad los arañazos, antes de volver a mirar nervioso hacia atrás, hacia la boca de la cueva;
después sacó el reloj y controló la hora con expresión preocupada en el rostro—. Tengo que irme en cualquier momento —dijo mirándola indeciso.
¿Qué podía hacer ella? pensó Elysia, confundida. El le había salvado la vida pero era un traidor. Estaba planeando salir de Inglaterra con documentos secretos... y ella podía detenerlo... ¿o no podía? Pese a la interrupción a tiempo que le había salvado la vida, sabía que él era tan leal a Francia como ella a Inglaterra. Si intentaba detenerlo la mataría sin vacilar.
—Es lástima que nuestros senderos se hayan cruzado... y ahí terminará la historia. Supongo que así son las cosas
en el mundo
. Nada sucede como uno lo desea. Si usted fuera francesa... ¡ay, pero no puede serlo! Vamos, la acompañaré fuera de aquí, porque tengo que reunirme con un bote que viene a recogerme —miró los sufrientes ojos de Elysia, y añadió—: Es mejor que se vaya enseguida... ya me ocuparé a su tiempo de la muerte de la esposa del caballero —tomó a Elysia por el codo y empezó a guiarla hasta las escaleras.
—Conde..., tengo que detenerlo —empezó Elysia, y hubiera intentado apoderarse de la pistola de él, pero, antes de que pudiera hacerlo, se oyeron ruidos en la boca de la cueva. El conde se detuvo, y se volvió esperanzado hacia el lugar de donde provenía el ruido. Su expresión se transformó en ira y atención al contemplar a la intrusa.
La señora Blackmore se había quedado sorprendida e inmóvil al dar un paso. La vista del conde y Elysia, con los dos cuerpos de los asesinos contratados provocó en ella una expresión de furia concentrada en su cara pálida, mientras la piel se le ponía dolorosamente tensa en los pómulos.
—¡Usted! —exclamó, mirando a Elysia con ojos enloquecidos—. ¡Usted debería estar muerta! Merece morir por lo que me ha hecho con sus condenadas maldiciones —dijo sin aliento, y un hilo de saliva le resbaló por la comisura del labio.
La señora Blackmore sonrió grotescamente y se precipitó sobre Elysia, mostrando los dientes como un perro rabioso, pero el conde se puso delante de Elysia, protegiéndola con su cuerpo.
—¡Basta! —previno, cuando las manos de la señora Blackmore se tendieron como garras, las uñas con aspecto tan agresivo como los colmillos de un animal dañino.
—Está usted loca. ¡Compromete toda mi misión! ¡En el futuro recomendaré no tener más tratos con usted!
—¡Franchute estúpido! No saldrá usted vivo de aquí —rió ella diabólica—. Los soldados me siguen. ¡Ha sido usted traicionado! —chilló, mientras extraía de su capa una pistola y, antes de que el conde pudiera hacer un movimiento, disparó. Hubo una expresión de sorpresa e incredulidad en la cara de él al caer hacia adelante, la sangre manando de su pecho.
Elysia miró hipnotizada los brillantes ojos de la señora Blackmore, petrificada ante el asesinato a sangre fría del conde.
—¡Ahora morirá usted de una vez por todas! —prometió la señora Blackmore, mientras apuntaba con la pistola directamente hacia la cabeza de Elysia.
Elysia aspiró profundamente. Parecía que en verdad iba a morir esta vez. No habría intervención de último momento para salvarla... a menos que ella misma lo intentara... pero había perdido toda la energía. Sólo podía permanecer de pie.
Se puso tensa para dar un salto. Si pudiera arrojar al suelo el revólver que la señora Blackmore enarbolaba... Estaba desesperada, dispuesto a intentarlo todo para salvarse, esperando que las fuerzas no la abandonaran, cuando oyó ruido de pasos apresurados y voces. Parecía que las rodeaban, porque desde todos los puntos la gente convergió de pronto hacia ellas. La señora Blackmore miró a su alrededor como loca, y los sonidos formaron eco en la cueva, sin dirección, magnificados más y más, hasta que todo fue una confusa suma de ruido.
Elysia vio a Ian precipitarse a zancadas por la abertura, con una expresión de triunfo en la cara al ver la cueva y sus tesoros almacenados. Pero la expresión de triunfo se desvaneció bruscamente al ver la silueta desgarrada y manchada de sangre de Elysia.
—¡Dios mío, Elysia! —murmuró sin aliento, perdiendo momentáneamente el control.
Elysia gritó para avisarle, pero ya la señora Blackmore se había dado la vuelta y disparaba contra Ian. Elysia lanzó un grito al ver la mueca de dolor de lan, que retrocedió tambaleante hasta caer contra la pared de la cueva.
Otros hombres habían entrado ahora, y se detuvieron, no sabiendo qué debían hacer al contemplar sorprendidos a las dos mujeres de pie y mudas ante ellos... con una pistola humeante y mortífera en la mano.
La abertura de la puerta secreta ante ellos rompió el hechizo, y los ojos de los marinos se dirigieron hacia dos caballeros bien vestidos que entraban presurosos, seguidos por un hombrecillo de pelo gris y revuelto, que enarbolaba peligrosamente una cachiporra.
La señora Blackmore chilló como un animal acorralado, insultó a todos con lenguaje obsceno, mientras se abría paso entre los atónitos marinos hacia la entrada de la cueva. Elysia se recobró y corrió ansiosa hacia lan, que había caído de rodillas. Cuando Elysia se arrodilló ante él, no advirtió el ruido de pasos apresurados en los escalones: su única preocupación era Ian.
La señora Blackmore se había detenido a la entrada, y su odio era tan insensato que nuevamente apuntó con la pistola... esta vez hacia la vulnerable espalda de Elysia, antes que los sorprendidos marinos pudieran anticiparse. Pero Alex fue más rápido. Se apoderó de la pistola que el conde muerto aún tenía en la mano y disparó en un rápido movimiento, sin detenerse a hacer puntería.
La señora Blackmore chilló cuando el tiro le dio en el brazo, haciendo que soltara la pistola. Se agarró el hombro y se volvió llena de pánico, para escapar, pero sus pasos no coordinaban y se tambaleó en el sendero. Tropezó al apresurarse, perdió el equilibrio y cayó sobre el borde, agitando los brazos en el aire desesperadamente.
Dentro de la cueva su aullido sediento de sangre resonó siniestro en el silencio, mientras caía por el empinado declive hacia las agudas rocas de abajo.
Alex tiró con desagrado la pistola y se acercó a Elysia, que seguía arrodillada ante el hombro herido. Contempló como si no lo creyera la apariencia sangrienta y golpeada de ella. Se inclinó para levantarla, y sólo entonces llegó a él la voz de ella haciéndolo palidecer ante las palabras:
—¡Ian, oh, Ian! ¿Estás bien?...Por favor... no mueras. ¡No puedes morir... ahora que he vuelto a encontrarte!
Elysia tocaba la cara de Ian con manos tan cariñosas y amantes, completamente ignorante de lo que la rodeaba... y no vio que los brazos que se habían extendido hacia ella caían, mientras Alex se daba la vuelta, sin ser notado.
16 Y 17 CAPITULOS FINALES DEL DESEO DEL DEMONIO
16
Ah, la belle chose de savoir quelque chose.
Ah, es cosa bella saber alguna cosa.
Moliere
—¡Oh, lady Elysia —reprendió Dany con cariño— de verdad no entiendo qué le ha pasado!
Ayudaba a Elysia a vestirse tras haberla bañado y ver sus heridas, entre exclamaciones de furor que no podía contener al ver la extensión de esas heridas. Con suavidad, secó con la toalla el largo cabello de Elysia, de cuyas mechas brillantes había limpiado cuidadosamente el polvo y la sangre.
Dany dejó a Elysia cómodamente sentada ante el fuego, cuyo resplandor lanzaba calor a todo el cuarto. Elysia bebía agradecida la taza de té caliente y fragante que Dany le había preparado, mientras sostenía con sus dedos la frágil taza. El líquido calentó sus dedos que palpaban la porcelana, fina como papel. Sería tan fácil deshacerla, pensó... del mismo modo que era tan fácil morir. Había visto la muerte llegar rápida e inesperadamente, llevando consigo algo muy especial y precioso, que nunca más podría recuperarse. Cuan rápidamente se extinguía una vida... tan simplemente como la llama de una vela. Ella misma había estado muy cerca... pero había escapado.
¿Y qué hubiera dejado atrás, en caso de morir? Todos los días de furia y resentimiento serían su legado. Un gusto amargo en el recuerdo de aquellos que vivían con ella. La vida era demasiado breve para que no aprovecháramos la felicidad que podía presentarse.
Iba a aferrarse ávidamente a ella, si es que aún estaba a su alcance. Aceptaría cualquier cosa que le propusiera Alex... aunque sólo lo viera ocasionalmente, cuando creyera conveniente venir desde Londres para visitarla. Después de todo ella seguía siendo su mujer... y él desearía un heredero. Era uno de los motivos por los que se había casado con ella... para tener hijos a quien dejar su patrimonio. Y ella tendría hijos de él para quererlos y amarlos, una pequeña parte de él que le pertenecería para siempre. En ese sentido era aún necesaria... aunque él no la amara.
Alex se había manifestado preocupado y solícito por su salud, al volver de Blackmore, pero ella había sentido un muro entre ellos... indiferencia y frialdad. Era como si estuviera diciéndole que podía sentirse preocupado por alguien que había sufrido daño y necesitaba cuidados... pero que no debía considerar aquello como algo más... porque eso era todo.
Se oyó un golpe vacilante en la puerta antes de que la abrieran y Louisa entrara en el cuarto. Estaba pálida y oscuros círculos de pesar acentuaban sus ojos grises, haciéndolos parecer enormes en su carita. Sus manos apretaban nerviosas un pañuelo arrugado retorciéndolo constantemente.
—Louisa —Elysia habló con dulzura, y había en sus ojos compasión por la muchacha—. Me alegro de que hayas venido.
—No estaba segura de ser bienvenida después de... —hizo una pausa, y un espasmo de dolor cruzó su cara al decir—: ...lo que te hicieron.
—No fue culpa tuya —Elysia estaba indignada—. No creas que te culpo de algo, o que tengo mala voluntad hacia ti. ¡Oh, Louisa, eres mi amiga más querida! —Elysia tendió los brazos a la azorada muchacha, estrechando su cuerpo estremecido, murmurando palabras de consuelo que no podían menguar el profundo dolor que Louisa debía de sentir. Pero parecieron apaciguarla, porque los sollozos se calmaron gradualmente, hasta que se apoyó tranquila contra Elysia, entre suspiros profundos y apenados.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos y te dije que íbamos a necesitar la una de la otra para llorar? —preguntó Elysia, mientras Louisa se secaba las lágrimas con un pañuelito de encaje, ridiculamente inadecuado.
—Sí, lo recuerdo —contestó con voz apagada— pero nunca soné que iba a ser en estas circunstancias. Todavía me resulta difícil creerlo —miró la mejilla de Elysia, confundida—. ¡Que mamá se atreviera a querer matarte... que fuera... como... esos que están muertos! —murmuró luchando por entender todos los hechos—. Nunca lo supe. Era una mentira que ellos vivían —suspiró con nostalgia—, nunca me sentí cerca de ellos. Papá y mamá no eran personas a las que se pudiera mostrar cariños... de hecho muchas veces he pensado que no he sido una hija deseada. Siempre molestaba cuando era niña. Estaba más con las niñeras que con mis padres. Fue sólo cuando estuve en edad de casarme cuando adquirí valor o importancia para ellos.
—Louisa, por favor no sigas —suplicó Elysia, que odiaba ver la expresión herida en aquel pálido rostro.
—Oh, no, por favor, prefiero afrontar la verdad... es mejor así. No lamento la muerte de ellos... es más bien el dolor de una traición.
Tal vez fuera mejor dejar hablar a Louisa. Una fuerza interna crecía dentro de ella, madurándola cuando se enfrentaba a los hechos, aceptando lo que había pasado y el por qué. Finalmente iba a ser más fuerte, pensó Elysia, al percibir la luz en los suaves ojos grises. Pero no se endurecería, porque había en ella una gentileza que nunca la dejaría.
—Deseaban demasiado, Elysia —dijo Louisa tristemente—. Su codicia corrompió cualquier decencia que tuvieran. Pero, fueran lo que fueran, eran mis padres, y los recordaré como... indiferentes... —Louisa se puso de pie de mala gana—. Ahora hay cosas que atender de las que debo ocuparme, y ni siquiera sé por dónde empezar —movió la cabeza desesperanzada.
—No puedes ocuparte sola de todo esto. Por favor, deja que nuestros abogados se encarguen de ello. No sé quiénes son, pero estoy segura de que Alex se pondrá en contacto con ellos para que te ayuden. Después de todo, es lo que mejor hacen, y si tienen dificultades, mi hermano lan estará encantado de poder ayudarte.
—¿Ian? No sabía que tuvieras un hermano —Louisa pareció intrigada—, creí que eras hija única. Estoy deseando conocerlo.
—Pero si ya lo conoces —dijo Elysia, con aire inocente.
—¿Lo conozco? No —dijo con expresión pensativa. Creo que estás equivocada, porque seguramente me acordaría de él.
—Es probable que lo conozcas bajo otro nombre... David Friday. Creo que es el nombre que usa por estas comarcas...
Louisa la miró como si estuviera loca.
—¡David Friday es tu hermano! ¡No entiendo! Si no es un marinero... ¿quién es?
—Es una historia larga e increíble, de la que ni siquiera conozco todos los detalles, excepto que él es lan Demarice, mi hermano mayor, oficial de la Marina Real... y un caballero muy respetable. ¿Pero no es mejor que sea él quien conteste todas tus preguntas?
—¡Oh, Dios... tu hermano! Oh, no podría... además, si lo que dices es verdad... entonces sólo estaba cumpliendo con su deber —prosiguió agitada—. Siempre sospeché que era más de lo que decía ser. Actuaba como un caballero, siempre. Todo estaba confundido allá abajo, pero creo haberlo visto allí. Estoy aturdida. ¿Dices que es un oficial? —Elysia asintió, y la canta de Louisa se contrajo al decir:
—De modo que todo era una comedia... incluso su interés por mí... era parte del trabajo... que ha terminado ahora.
—Nunca terminará nada entre nosotros, Louisa. Louisa tuvo un sobresalto y se volvió para ver a lan que entraba en el cuarto. Sus botas estaban llenas de barro, y había un desgarrón en la costura del hombro de su chaqueta, donde la bala había penetrado. Llevaba el brazo en cabestrillo, y parecía cansado, aunque exaltado. Su misión había sido un éxito, y todo lo que se había propuesto lograr estaba realizado.
—Ian, ¿cómo está tu brazo? ¿Te permiten que estés levantado y caminando? —dijo Elysia preocupada, cuando él se acercó y le besó con cariño en la mejilla.
—Deja de portarte conmigo como una madre enternecida... ya tengo bastante con los cacareos de esa mujer de arriba. Una tal señora Duney... o Diney, no sé muy bien, aunque ella sí sabe aplicar un vendaje. La podríamos utilizar en el Mediterráneo, pero todos los hombres desertarían para huir de esa mezcla horrible que aplica como medicina —hizo una mueca, porque aún tenía el sabor en la boca—. Todo por un pequeño arañazo.
—Ese es el elixir especial de Dany, que garantiza ponerte otra vez en pie —Elysia rió, deleitada al comprobar que lan no sufría efectos posteriores por la herida.
—Casi me muero —se dirigió donde estaba Louisa, de pie inmóvil, examinando intensamente una pieza más bien vulgar que había sobre la repisa de la chimenea, y habló hacia la suave curva del cuello que se le ofrecía ante él, pese a la obstinada rigidez que demostraba ella.
—No creo que hayamos sido presentados como es debido. Soy Ian Demarice —se inclinó formalmente sobre la mano floja de ella, y una sonrisa asomó en sus ojos.
—Señor Demarice —contestó Louisa formalmente— temo no conocer su rango.
—Soy teniente —Ian miró con fijeza los ojos grises de ella, mientras en los suyos había una nerviosidad semioculta—. Perdón Louisa, no querría haberte hecho sufrir por nada en el mundo, pero nuestros deseos no siempre son lo primero. Créeme si te digo que yo habría terminado las cosas de esta manera.
—Gracias. Ya sé que sólo cumplías con tu deber, y tenías que hacerlo. Confío en que no haya habido otra manera feliz de salir de esto. Alguien tenía que resultar herido.
—Lamento que hayas sido tú, Louisa —dijo lan con suavidad.
—Bueno, sí... ahora todo ha terminado.
—Si, así es —asintió lan gravemente, lanzando una mirada cariñosa a Elysia.
—Bueno, hermanita, ciertamente me diste un buen susto... verte en esa cueva me quitó años de vida. Pero siempre te has metido en travesuras —la reprendió gentilmente—. ¿Cómo te sientes? No puedo honestamente decir que estás rozagante.
—Me siento mejor de lo que parezco —afirmó Elysia, viendo de paso su imagen reflejada en el espejo—. Nunca volveré a sentirme orgullosa de mi aspecto físico —vaciló incómoda, después preguntó, como sin darle importancia—. ¿Y dónde están los otros?
—Si por los otros entiendes tu marido y tu cuñado, te diré que están abajo, en el salón, con las autoridades. Hay muchas cosas que atender y que aclarar. No quisiera que se castigara duramente a los aldeanos ni a los pescadores: fueron obligados contra su voluntad a unirse a esa banda.
—Yo tampoco querría que eso pasara, y si en cierto modo puedo pagar lo que mis padres hicieron a esa gente,... estaña sinceramente agradecida. Es lo menos que puedo hacer —Louisa miró con timidez a lan, apretando los puños—. No presumo que pueda contar con tu amistad ahora que ha terminado este asunto. Sé que sólo estabas cumpliendo órdenes y... de verdad lo entiendo. Ahora, con permiso... —hizo un gesto para irse, pero lan la tomó del brazo, deteniéndola.
—Estás equivocada, Louisa, porque soy yo quien no puede aspirar a contar con tu amistad, ahora que sabes el papel que he desempeñado en esta tragedia. Si tu corazón puede perdonarme, no pido más.
—Pero yo nunca podré odiarte, Ian —exclamó Louisa, sobrecogida ante esa idea—. Nada tengo que perdonarte: cumplías con tu deber, y yo no hubiera esperado menos de ti.
Ian sonrió hacia los nebulosos ojos grises de ella, con el corazón en la mirada mientras tomaba su agitada mano con la suya, y la aferraba posesivamente para volverse luego a mirar a Elysia.
—Tendré que informar a mi comandante, Elysia, pero volveré dentro de la semana, de manera que mi ausencia será breve —sus ojos azules acariciaron la carita de Louisa y anadió, con gravedad—: Pero Louisa y yo tenemos un pequeño asunto que arreglar antes, de manera que te pedimos disculpas; procuraremos llegar a un acuerdo.
—Permiso concedido —replicó Elysia sonriendo— y debes creerle, Louisa, porque yo garantizo su honestidad y... sinceridad. Es muy terco cuando quiere salirse con la suya.
Louisa devolvió tímidamente la sonrisa de él con un favorecedor rubor en sus mejillas y salió de la habitación, con el brazo de lan apoyado en sus hombros.
—Lamento decir que estoy muy desconectada de lo que ha estado ocurriendo en St. Fleur. Dejé que el hidalgo me descargara de mis responsabilidades, y él lo aprovechó amplia y criminalmente. Pero puedo prometerles, señores, que en el futuro tomaré un interés más personal por esta zona y por la gente que aquí vive —prometió el marqués al almirante y enviado especial desde Londres, que estaba sentado ante él en el salón, con una nota de altanería en la voz.
—Naturalmente, la cosa deberá arreglarse ante el tribunal, pero estoy seguro de que los aldeanos no serán tratados duramente, o que no sufrirán indebidamente, ahora que todas las circunstancias se han aclarado. Y, con su patronazgo, estoy seguro de que ya no tendremos dificultades en estos lugares —concedió el enviado especial, aunque todavía se sentía un poco humillado de que hubiera sido una mujer quien los había arrastrado a aquella cacería, y que hubiera sido el instrumento de que él estuviera forzado a vivir a bordo de su barco en aquellas semanas. Se sentía insultado al haber sido engañado durante tanto tiempo por una mujer, aunque sus sentimientos se habían apaciguado con el descubrimiento del despacho secreto, y el fin del espía que durante tanto tiempo y tan fácilmente había confundido a su departamento.
—Gracias por la confianza, señores. ¿Un vaso de coñac antes de partir? —preguntó cortésmente el marqués, mientras hábilmente se excusaba. Hizo un gesto a Peter para que sirviera, y en ese momento vio a lan y a Louisa que atravesaban el vestíbulo y se dirigían a la biblioteca. Los siguió y los alcanzó antes de que entraran en la habitación y dijo con arrogancia:
—Perdón: deseo hablar unas palabras con usted. lan se volvió, sorprendido ante la nota de mando en la fría voz, y miró de frente las facciones de halcón del marqués. Quedó momentáneamente desconcertado ante la intromisión, pero: ¿cómo negarse a hablar con su anfitrión y cufiado en su misma casa?
—Naturalmente, Señoría, estoy a sus órdenes —apretó la mano de Louisa—. Volveré pronto, no desaparezcas —la previno y, viendo un libro en una mesita, lo recogió y sonrió al leer el título antes de ponerlo en manos de Louisa—. Esto te mantendrá entretenida, amor.
Louisa se ruborizó mientras miraba el pequeño volumen de los "Sonetos de Amor" de Shakespeare,
Ian siguió tras la espalda tiesa del marqués hacia su estudio y lo miró atónito cuando el marqués cerró la puerta con rabia mal contenida, y le lanzó una llameante mirada de enemistad. ¿Por qué tenía que mirarlo furioso lord Trevegne?, pensó lan desorientado, incómodo por el momento, sintiendo que sus nervios se ponían de punta bajo aquella mirada dorada. ¡Nunca había sentido esta emoción de la fatalidad que se acercaba al enfrentarse a una docena de cañones! Ian tosió, rompiendo el silencio.
—¿Desea usted unas palabras conmigo?
—Más que unas palabras, señor —replicó con sarcasmo lord Trevegne—, tras la encantadora escena que tuve la desdicha de presenciar.
—Le ruego que me disculpe... pero: ¿qué quiere usted decir? —preguntó lan, a quien no le gustaba el tono de voz de su Señoría.
—Me refiero a esa asqueante muestra de cariño de su parte, cuando Elysia estaba golpeada, encima de su propia cabeza. Tendría que ahorcarlo hasta casi matarlo —amenazó ominoso.
lan palideció. ¡Dios mío! ¿Por qué estaba furioso este hombre?
—Bueno, Elysia se curara... está un poco magullada, es verdad, pero es una muchacha animosa y la he visto en peores circunstancias —sonrió lan, con lo que suponía era una sonrisa reconfortante. Era evidente que su Señoría estaba preocupado por el estado en que se encontraba Elysia—. Reconozco que lo pasó muy mal, y me chocó bastante verla en esa cueva. Pero podrá tranquilizarlo a usted, lord Trevegne, su ama de llaves, la señora... hum... ah, sí, la señora Dany. Ella ha dicho que se recobrará perfectamente con un poco de descanso.
—Ah, ¿de verdad? —preguntó Alex tranquilo—. ¿Y debo suponer que usted ha subido a ver a mi mujer?
—Naturalmente —lanzó una curiosa mirada al marqués—, es mi derecho. ¿Qué clase de persona cree usted que soy?
—¡Ya le diré quién creo que es usted, maldito bastardo! —rugió Alex, perdiendo el control en un rapto de furor ultrajado. Y golpeó al sorprendido joven haciéndolo retroceder hasta la pared, donde lo agarró, sin tomar en cuenta el hombro vendado del otro—. ¡Podriá matarlo! ¡Nadie se ha atrevido jamás a lo que se ha atrevido usted! Lo que es mío, lo conservo. Recuerde:
Elysia es mía, y siempre lo será. ¡Ningún cachorro mamón, con ideas acerca de su situación, me la arrebatará! Puede usted irse, y no vuelva a poner los pies en esta zona de la costa mientras viva —Alex hizo una pausa, y su gesto era rabioso— o su vida se acortara considerablemente.
Sacudiendo a lan como un perro a un hueso, lo soltó de golpe, echándolo a un lado, y lan tropezó hasta caer en un gran sillón de cuero. Controlándose, lan se puso de pie y la sangre inundó su cara, mientras sus puños se contraían en un apretado nudo de hueso y músculo.
—Reconozco que quedé sorprendido cuando supe que Elysia se había casado conusted —habló con desdén— y quedé, lo confieso, desesperado, porque tengo conocimiento de su reputación, Señoría. Y —hizo una pausa irguiendo los hombros con toda la dignidad de la que era capaz— sólo ha confirmado usted mis peores temores acerca de este matrimonio. Sé que, como caballero, no me queda más recurso que alejar a Elysia de su influencia. Naturalmente, el divorcio será mal visto, y sólo llegaremos a esto como último recurso... pero yo me encargaré de que no tenga usted nada que ver o decir respecto al bienestar de ella.
—¡Vamos, atrevido! ¡Se atreve usted a enfrentárseme —rugió Alex con una furia como nunca había sentido antes en su vida. Estaba más allá de toda razón—. ¿Desea usted ese divorcio... como última solución, en verdad, vulgar mentiroso? —gruñó. Los ojos de lan ardieron ante este insulto final. Ya no toleraba más a ese marqués loco. Levantó el guante para responder a aquel ultraje a su persona, pero su Señoría prosiguió, no contento con los insultos. Era como si deliberadamente quisiera provocarlo.
—Nunca me divorciaré de ella. Es mía... una Trevegne... y lo seguirá siendo hasta morir. ¡Nunca se casará usted con ella, perro lloroso!
lan se detuvo, y su mano sostuvo el guante en el aire. ¿Casarse? ¿Qué era esto? Miró atónito a lord Trevegne.
—¿Casarme? —repitió en voz alta. Sin duda no había oído bien, pensó enloquecido.
—Sí, casarse —pronunció Alex entre sus apretados dientes—, ¿o esperaba usted sólo una breve aventura? Eso sería más de su estilo.
—¡Casarme!... ¿por qué en nombre de Dios voy a querer casarme con mi hermana? —La mano de lan cayó a un lado y siguió mirando con fijeza al marqués, que también lo miraba ahora, como si no hubiera oído correctamente.
—¿Elysia es su hermana? —dijo incrédulo, con voz que era apenas algo más que un murmullo.
—Naturalmente —contestó Ian sorprendido. Después, una expresión inquisitiva iluminó sus facciones, y lanzó una carcajada—. ¿Quiere decir que usted no lo sabía?
—¡No, por Dios, claro que no! ¡Parece que sé muy poco acerca de mi mujer, de mi casa o de lo que sea en este maldito asunto! ¡Dueño de mi castillo, en verdad! —los ojos de Alex llameaban—. ¡Pareciera que no soy dueño de nada!
El optimismo de lan desapareció ante la ardiente rabia en la cara del marqués. Este no era un hombre con el cual se pudiera jugar... especialmente en su actual estado de ánimo.
—¡Pero naturalmente! —exclamó lan súbitamente, al recordar la promesa que había exigido a Elysia—. Elysia no podía decirle nada... me había prometido total secreto. Debe usted entender que mi seguridad estaba enjuego y que, si se hubiera sabido mi verdadera identidad, todo se habría pedido. No ha sido culpa de ella, porque yo estaba decidido a salirme con la mía... y entonces ella juró... y eso es algo que Elysia nunca traicionará. ¡Yo soy lan Demarice, milord, el hermano de Elysia!
lan esperó de pie mientras lord Trevegne asimilaba este nuevo aspecto de los hechos. lan contemplaba las duras facciones, como de granito, que no cedían; un hombre orgulloso y arrogante no acostumbrado a equivocarse, pensó Ian.
Alex tendió la mano.
—Le ruego que acepte usted mis más profundas disculpas, y que le ofrezca humildemente mi amistad, después de todo lo que he dicho... insultándolo de manera imperdonable... cuando debería sentirme honrado, teniente Demarice —dijo Alex sencillamente, pero con sinceridad.
Ian estrechó agradecido la mano del hombre. Nunca soportaba que hubiera mala voluntad entre él y los demás, y menos pensaba pelear con su cufiado. Sospechaba hasta qué punto debía costarle a aquel hombre tan arrogante, humillarse. También conocía la reputación más bien indecente de lord Trevegne, y en verdad había quedado impresionado al encontrar a su hermana casada con aquel hombre, un hombre llamado demonio, libertino, diablo, entre las cosas mejores que había oído. Pero reservaba su juicio para más adelante... después de todo el marqués nada sabía de los hechos. Por el momento aceptaba, sin cuestionar, la amistad de este hombre. No querría tenerlo como enemigo. Y no había mejor manera de vigilar a Elysia que ser miembro de la familia, y bienvenido en casa del marido de ella.
—Todo está olvidado, lord Trevegne —dijo lan, con tono amistoso— después de todo usted ha actuado bajo el sentimiento de un error.
Alex mostró por primera vez su sonrisa de media boca.
—Debí haber adivinado que era usted el hermano de Elysia: se le parece mucho en el carácter.
—Bueno —lan pareció dudoso, sin saber si debía o no tomar aquello como un cumplido— ambos hemos sido acusados de terquedad y decisión, supongo.
—Puedo testimoniar ambas cosas. Pero hace ya rato que Louisa lo espera. Debe de estar impaciente, si no me equivoco —miró divertido mientras la cara de lan se ruborizaba hasta volverse casi roja—. Ambos, naturalmente, deben considerarse mis invitados... mi casa es de ustedes —era más una orden que un ruego, percibió lan sardónicamente, mientras aceptaba de buena gana en su nombre y en el de Louisa.
—Gracias, lord Trevegne, yo...
—Alex —dijo el otro con una sonrisa genuina, que cambió sus facciones austeras, calentándolas como el sol que brilla sobre la nieve recién caída—. No debe haber formalidad entre cufiados.
—Alex... entonces —lan sonrió satisfecho— tengo que volver a mi barco, pero descansaré tranquilo si sé que Louisa está bien atendida mientras yo no estoy.
—Es aquí bienvenida todo el tiempo que desee quedarse. Y ahora, no la hagas esperar más —aconsejó, al ver la ansiosa mirada de lan hacia la puerta.
Alex se sirvió un gran vaso de coñac, del que tragó buena parte antes de volver a llenarlo. Miró fijamente la puerta cerrada, dejando vagar la mente... que no controlaba.
Se sentó en uno de los grandes sillones de cuero rojo, con un delgado cigarro indolente entre sus delgados dedos, mientras sostenía la copa de coñac en la otra mano. Se echó hacia atrás, entrecerrando los ojos al pensar, y sus pesados párpados casi cubrieron el resplandor de oro de sus ojos, mientras una extraña sonrisa curvaba sus labios.
17
¡Ved que deleite surge en las escenas silvanas! ¡Los dioses que bajaron encontraron aquí el Elíseo!
Alexander Pope
Los Blackmore fueron enterrados cristianamente, y el párroco hizo todo lo posible para pronunciar un responso que fuera aceptable para todos. No podía hablar de ellos y elogiarlos... proclamar sus virtudes hubiera sido en verdad blasfemar, y habría provocado contra él las amargas criticas de los aldeanos; y sin embargo: ¿cómo plantarse ante Dios y condenarlos, señalándolos como los pecadores que fueron... más allá del perdón divino, como sin duda opinaba la población local?
Finalmente el vicario pronunció un conmovedor sermón acerca del pecado de la codicia y el vicio, y la caída última —muy bien ilustrada por los muertos de aquel día— de quienes seguían ese poco cristiano sendero. Pidió el perdón de Dios para aquellas pobres almas que se habían mantenido alejadas de lo recto, y pidió a la congregación que recordara la lección que recibía de aquellos a quienes sus debilidades habían apartado del camino.
Elysia, lord Trevegne y Peter acompañaron a Louisa al funeral, aunque Elysia estaba convencida de que podía haber sido ella por quien pronunciaban un sermón aquella mañana.
lan había vuelto a Londres hacía dos días, y se creía que regresaría dentro de la semana. Elysia esperaba que, a su vuelta, trajera consigo un anillo; también sospechaba que tal vez él renunciara a su comisión cuando terminara la guerra contra Napoleón... si es que alguna vez terminaba. Había mucho trabajo que hacer en Blackmore Hall. La propiedad podía dar buenos beneficios si se la dirigía honradamente;
sería beneficioso para los labradores volver a la tierra, y se podrían abrir otra vez las minas. Sí: muchas cosas ocuparían el tiempo de lan cuando regresara.
Los invitados del finado caballero habían vuelto rápidamente a Londres sin quedarse para el entierro, y las disculpas que dieron acerca de negocios urgentes fueron claramente entendidas. Lady Woodley también había partido... información proporcionada por Louisa que le había interesado enormemente, porque Alex seguía aquí, y aparentemente no planeaba aún irse.
El entierro de los Blackmore tuvo lugar aquella mañana, bajo un claro cielo azul con nubecitas leves y blancas que cruzaban indolentes, proyectando su sombra sobre el campo. Ahora había llegado la oscuridad, y una luna amarilla se elevaba alta en el cielo negro, luchando para dominar los millones de estrellas palpitantes. Parecían brillantes joyas fuera del alcance, pero lo bastante cerca como para desearles, pensó Elysia, soñadora. Se apartó de la ventana desde donde había contemplado la noche, al oír a dos lacayos que entraban en la habitación y colocaban una mesita ante la chimenea. Miró mientras ellos depositaban las chispeantes copas y porcelanas. Un pequeño florero estriado fue colocado en el centro de la mesa, cubierta de encaje; sus líneas curvadas aprisionaban las llamas de la chimenea, y una única rosa roja empezaba a abrir sus pétalos ante el calor de las llamas.
El corazón de Elysia empezó a latir incómodo al ver que preparaban el servicio para dos personas y colocaban un cubo de champán helado junto a la mesa. Siguió mirando angustiada cuando encendieron las largas y esbeltas velas.
Seguramente Alex no pensaría cenar con ella a solas... en este escenario tan romántico. Elysia se dejó caer en un sillón, porque sus piernas se negaban a sostenerla, y se inclinó hacia adelante, al sentir que las fuerzas la abandonaban. ¿Cómo era posible seguir luchando contra él? No tenía fuerza para hacerlo... ni ánimo. Se había estado engañando a sí misma. Ahora que debía enfrentarse a él, era cobarde. Ser dueña de la casa de él y madre de sus hijos: era sólo un sueño para ocupar sus noches solitarias.
Ante la fría luz reveladora del día, sabía que no podría hacerlo... amándolo como lo amaba. No podía soportar estar sentada ante él a la luz de las velas, sabiendo que él pensaba en otra mujer... sin poder tocarlo, mostrar su amor. ¡No! ¡No podría soportar aquel infierno!
—Buenas noches, milady —Alex entró en el salón con su sonrisa ladeada, esa sonrisa que desgarraba el corazón de ella. Sacudió una mota imaginaria de polvo de su manga de terciopelo negro, y los puños de encaje de su camisa blanca se agitaron provocadores, contrastando vivamente con su tono moreno. Lo único que ahora necesitaba era un parche negro sobre el ojo para parecer un perfecto pirata. Sus blancos dientes brillaron en su cara tostada, mientras decía con aparente indiferencia:
—Pensé que preferirías cenar arriba esta noche. Ha sido un día más bien agotador —la examinó lentamente—. Puedes descansar, querida. Estás un poco pálida.
—Dudo, milord, que los moretones purpúreos estén de moda en este momento —replicó sarcástica Elysia, sin poder contenerse.
—Ah —suspiró él— me alegra ver que la caída no te ha privado de tu maravilloso ingenio. Lo echaría mucho de menos. Empezaba a preguntarme si en verdad lo habrías colocado mal, milady —dijo intrigante, con una expresión de halcón en la cara.
—En realidad no, milord, todavía poseo todos mis adorados atributos. Sólo que están inactivos por el momento. Estoy segura de que entenderás y me disculparás, ya que tengo otras cosas más importantes en la mente en este momento, que no me permiten entretener a su Señoría con mi ingenio.
—Bravo, estás recobrando con rapidez la forma, querida —rió él, como si de verdad se divirtiera mucho. Sus ojos recorrieron la figura de ella, vestida con un peinador de terciopelo verde con un escote revelador.
Entendiendo mal la mirada, Elysia explicó, a la defensiva:
—Acabo de bañarme y no esperaba recibirte antes de terminar de vestirme.
—Por mí no es necesario que te vistas más, milady. Después de todo soy tu marido... y te he visto con menos ropa —dijo él con impertinencia, viendo que ella se ruborizaba ante las palabras—. ¿Cenamos? Estoy verdaderamente hambriento esta noche.
Elysia lo miró desconfiada cuando él la condujo solícito hasta su asiento, y despidió a los lacayos que ya habían colocado unas fuentes cubiertas de plata sobre la mesa.
—Permíteme que te sirva, milady —dijo Alex amable, eligiendo de una fuente un rodaballo cubierto con salsa cremosa, que presentó para que ella lo inspeccionara.
—¿Puedo tentarte con este jugoso trozo? —lo colocó hábilmente en el plato de ella, añadiendo una loncha de jamón cocido en vino de Madeira, seguido de lechuga rellena, ostras, jaleas con sabor de licor, patatas en salsa holandesa y langosta. Había otras innumerables fuentes aún tapadas.
Elysia contempló su plato lleno sin apetito. ¿Como podía probar bocado estando él sentado a dos pasos de ella?
Antes siempre habían tenido la gran extensión de la mesa de banquetes separándolos. Aquella cercanía era demasiado para que se sintiera cómoda.
Alex no pareció en lo más mínimo afectado mientras Elysia lo veía abrir las ostras, y se llevaba a la boca ávidamente el blando y suculento manjar. Levantó los ojos antes de probar la palpitante jalea y le lanzó una mirada interrogante:
—¿No tienes hambre? Realmente Antoine se ha sobrepasado esta noche —se pasó la punta de la lengua por el labio superior, jugueteando graciosamente en la comisura—. ¿Estás segura de que no tienes nada de apetito? Vamos, prueba esta langosta —le tendió un bocado en el tenedor, tentándola con el aroma que pasó ante su nariz—. Vamos, sé buena, prueba un bocado.
Elysia no pudo resistir aquella broma amable y se sometió, probando un poco de langosta, y después se sorprendió a sí misma al comer con gusto la comida de su plato, bajo la mirada aprobadora de su marido.
Alex mantenía los vasos llenos con el vino tinto oscurecido por el tiempo. El vino la calentó por dentro mientras el calor del hogar calentaba por fuera su piel, dándole un resplandor rosado.
Elysia se sentía relajada y con la cabeza ligera cuando se reclinó en el sofá, y el cuarto adquirió un reflejo rosa mientras el fuego chisporroteaba perezoso en la chimenea. Alex tendió a Elysia un desbordante vaso de champán espumoso, pese a que ella protestaba diciendo que ya había bebido bastante, pero él insistió, y ella cedió como antes, lo aceptó y las burbujas picotearon sus labios al beber.
—Ahora hablaremos —dijo Alex bruscamente, quebrantando el amistoso silencio con voz dura.
Elysia se puso rígida de inmediato, y procuró concentrar sus pensamientos, en algo que se pareciera al orden. ¡ Si por lo menos Alex no la hubiera hecho beber tanto! Apenas podía pensar con coherencia.
—Es inútil, querida. Elysia lo miró, mareada.
—Intencionadamente he querido que estuvieras relajada y un poco borracha —dijo él brusco, y sus ojos no se apartaban del rostro enrojecido de ella.
Las manos de Elysia temblaban cuando depositó con cuidado la dorada copa semivacía de champán sobre la mesa que estaba al lado del sofá.
—¿Por qué? —preguntó con voz tupida.
—Porque, mi querida esposa, en estado levemente ebrio, esa aguda mente tuya no trabaja tan rápido como de costumbre. No podrás parar tan fácilmente mis preguntas, ni confundir las cosas poniéndome a la defensiva, cosa que eres muy capaz de hacer.
Había algo torvo en su determinación, cuando se sentó más cómodamente, como preparándose para una larga velada.
Ella hubiera querido levantarse y dejarlo, pero dudaba poder llegar a la puerta... o poder siquiera ponerse de pie.
—Te debo disculpas —empezó Alex de pronto—. Debí haber comprendido que tú, entre todo el mundo, no eres capaz de meterte en una intriga o una aventura. Sin embargo, no creo ser del todo culpable por el error cometido, ya que no podías revelarme nada. Pero eso ha pasado y está terminado. Sólo puedo decir que lamento haber dudado de tí... —hizo una pausa y prosiguió con dificultad— y lamento profundamente lo que hice con tu muñeca. Dany me ha dicho cuánto representaba para ti. Eso es algo que no puedo devolverte. Pero puedo cambiar lo que ha pasado entre nosotros... podemos empezar de nuevo. Puedo construir algo decente, por una vez en mi vida, y quiero construirlo contigo, Elysia... tú a mi lado, como mi esposa... y mi amante.
El mareo abandonaba rápidamente el turbado cerebro de Elysia. Miró a Alex incrédula, antes de exclamar con voz ronca, herida y ultrajada:
—¿Acaso vamos a representar otra de tus atormentadoras comedias? Porque, si es así, no eres un caballero. Es verdad que una vez me dijiste que no lo eras, pero no lo tomé en cuenta, como debí hacerlo. ¿Tu juego no tiene reglas, verdad, Alex? No te importa hasta qué punto puedes herir y degradar a alguien—. Elysia sintió que las ardientes lágrimas mojaban su cara mientras lograba ponerse de pie.
La cara de Alex había palidecido, y sus labios se apretaron en una línea sombría al escuchar el rechazo que hacía Elysia de sus disculpas y la declaración de incredulidad.
—Estás aquí, muy atento, tras hacerme beber y comer, haciendo descaradamente falsas declaraciones de devoción conyugal, mientras tu querida te aguarda ansiosa en Londres. ¿Cuántas noches de esta nueva vida compartiremos, antes de que me dejes para correr junto a ella? "Ella no vendrá donde sabe que no es bienvenida", afirmaste, ¿o has olvidado lo que dijiste a tu amante en la biblioteca? —preguntó Elysia furiosa, y la humillación volvió a ella al recordar dolorosamente aquellos momentos interminables.
—¡Oh, Dios! —Alex lanzó una violenta carcajada que retumbó en los oídos de Elysia—. ¡Que esas palabras vuelvan para perseguirme! Una bonita representación de todo modos, ¿no estás de acuerdo, querida? —dijo él, como si se odiara a sí mismo, el labio en gesto de desprecio por su propia actitud.
—¿Qué quieres decir con eso de representación? —Elysia lo observaba, nerviosa.
—Lamento desilusionarte, pero no soy un canalla tan completo como tú lo crees. Tal vez sea un maldito idiota, de acuerdo, pero no soy tan despreciable. He hecho en la vida muchas cosas de las que no me enorgullezco, pero nunca he mentido a nadie. Siempre he sabido que te refugias en un lugar donde nadie puede molestarte... o atormentarte.
Elysia lo miró atónita. ¿Conocía él el refugio de ella? ¿Pero cómo era posible?
—Sé muchas cosas que pasan aquí... no tantas quizá, pero tengo ojos y oídos, y he visto algo, como verte ir a la biblioteca con un libro... y desaparecer. Es una habitación aparentemente vacía hasta que se oye el crujir de una página que da vuelta.
Hizo una mueca.
—No te culpo si no me crees, pero yo sabía que tú estabas ese día en la galena de arriba. Hablé de la manera que lo hice con Mariana porque sabía que me oías. Quería herirte, como tú quisiste herirme... o al menos era lo que pensaba. Maldito temperamento mío, pero estaba loco de celos... creyendo que lan era tu amante, creyendo que eras como tantas mujeres que he conocido, que no merecen confianza ni amor. En el primer momento creí que eras distinta.
—¿Sa...bías que yo estaba allí... y que iba a oír que hacías la corte a lady Woodley? —preguntó Elysia débilmente, entendiendo apenas lo que él decía.
—Sí, lo hice. Fue la acción de un hombre cruel y egoísta, que golpeaba ciego con su ira... sin pensar a quién podía herir.
—¿De manera que no piensas reunirte con lady Woodley en Londres? ¿De verdad no la amas? —preguntó Elysia vacilante, casi con miedo de expresar sus pensamientos por terror a que todo fuera una alucinación, una cruel treta que le hacía su mente... oír lo que le parecía imposible oír de labios de Alex.
—No, no la amo —su sonrisa era dulce y amarga—. ¿Cómo podría amar a nadie tras haberte amado a ti, haberte tenido en mis brazos y haber sentido en mi boca tus dulces besos? —lanzó roncamente—. Creí que me odiabas, que estabas enamorado de otro. Casi volví a herirte provocando a tu hermano lan... y nunca he visto un hombre más sorprendido, cuando le pregunté cuáles eran sus intenciones respecto a ti. Creí haberte perdido... y nuevamente me porté como un loco —una luz entró en sus ojos haciéndolos brillar como ardientes llamas—. Me preguntaba por qué diablos estabas en esa cueva con la señora Blackmore —dijo suavemente, mirándola pensativo—. Parece que Peter es tu confidente... pero debes saber, antes de seguir confiando en él, que Peter no puede guardar un secreto. Es para él físicamente imposible: estalla si no puede hablar con alguien.
Alex se acercó más a Elysia y sus brazos se extendieron suplicantes, mientras proseguía con tono tranquilo:
—Corriste un peligro irrazonable porque creíste que yo te necesitaba... aunque acababas de oír esa condenada escena de la biblioteca. Me he preguntado por qué. ¿Por qué ibas a hacer eso, a menos que me ames?... Porque, pese a todo lo ocurrido, me amas. Y esto me ha dado de nuevo la esperanza... de no haberte perdido.
Elysia sintió que las lágrimas desbordaban sus ojos al oír estas palabras. No podía ser verdad. Meneó la cabeza como mareada, dejando que las palabras de él la penetraran;
pero aún pensaba muy lentamente, sus reacciones estaban confundidas por el vino. Alex, alerta ante cada expresión y movimiento, los interpretó mal, y con un gemido se dejó caer en el sillón de raso, la oscura cabeza entre las manos mientras contemplaba ceñudo la alfombra.
—Te amo, Elysia. ¿Significa esto algo para ti? He sido un tonto y un canalla: estoy medio loco desde que te conocí. Me creía muy inteligente... creía aprovecharte para mis fines. Eras muy vulnerable y podía explotarte. No mentiré diciendo que te amaba al principio: ni siquiera sabía el sentido de la palabra. Pero te deseaba... como cualquier hombre de sangre caliente puede desear a una mujer bella. Cuando te vi por primera vez no lo entendí, pero las cosas empezaron a cambiar en mi mente... sólo más tarde comprendí la naturaleza del cambio. Y, entretanto, brutalmente, usé de la situación en que estábamos, disculpándome a mí mismo al pensar que lo que yo te ofrecía era mucho mejor que lo hubieras tenido que pasar en Londres... y que ibas a estarme agradecida.
—Pero todo empezó a descontrolarse, porque tú no eras como las otras mujeres con las que yo había tenido aventuras... me odiabas. Esto era algo nuevo de por sí, pero, lo que es más, empecé a pensar en ti, a soñar contigo... hasta que te convertiste en una obsesión. Me dije que era sólo deseo físico lo que sentía, pero después de haberte hecho mía te deseaba más que nunca... y no sólo por tu cuerpo. Estaba celoso de cualquiera de tus pensamientos que no fuera mío. Cuando te vi caída bajos los árboles en el montecillo, morí mil muertes, al creerte muerta. Fue entonces cuando supe que te amaba más allá de mis más salvajes imaginaciones.
Se puso de pie y se acercó al fuego, donde quedó contemplando las llamas.
—Soy un hombre que ha vivido enteramente, que ha tomado lo que ha deseado... y mis deseos siempre se han cumplido. Ahora te quiero a ti. Podría imponerte mi voluntad... obligarte a vivir conmigo. Estás en mi hogar, donde soy dueño absoluto. Llevas mi nombre... y probablemente llevas un hijo mío en tu seno. Son lazos difíciles de quebrar. Pero no te obligaré a venir a mí, a que te quedes conmigo... si deseas vivir en otra parte. Me gustaría tenerte encerrada... prisionera aquí, y que sólo yo estuviera en tu mente y en tu corazón. Soy un hombre arrogante y cruel, un marido egoísta y celoso... que no está dispuesto a compartirte con nadie, ahora que he encontrado a la mujer que amo... algo que yo creía imposible para mí. Pero al descubrir que te amo, también he perdido, porque no puedo herirte para satisfacer mis deseos —se plantó cómodamente ante el hogar, como si sólo buscara su calor; la única señal de agitación eran sus manos... donde los nudillos se destacaban en la piel tostada.
Elysia sonrió, pensativa. Tenía razón: era un hombre arrogante... no realmente cruel sino acostumbrado a salirse con la suya, orgulloso e imperioso. Pero ella lo amaba. Sonrió más ampliamente, y la sonrisa iluminó sus ojos verdes... y él la amaba a ella.
Un tronco cayó en la chimenea, y volaron las chispas cuando quedó allí para ser consumido por el fuego. Elysia se movió, su inmovilidad rota por el ruido. Los vínculos que la ataban, en lo que pensaba era un hechizo mágico, se rompieron al avanzar hacia el hombre amado.
Alex sintió que unos dulces brazos rodeaban su cintura cuando Elysia se apretó contra su ancha espalda, estrechándolo contra sí, como si temiera que él fuera a desaparecer antes de poder decirle cuánto lo amaba. El sintió que el calor surgía en su cuerpo... un calor que no se debía a la cercanía del fuego. Ella apoyó la mejilla contra su hombro, pero él siguió quieto, dejando que ella hiciera el primer movimiento.
—Alex —su voz resonó como un ronroneo satisfecho en su oído, mientras se frotaba contra él como un gato—. La verdad es que me gusta estar aquí, milord. Lo cierto es que me imagino muy bien como dueña de la propiedad... y que podría arreglármelas para mantener agudizado el ingenio si no tuviera un marido tan arrogante, tan testarudo, tan insufrible... y tan amoroso —añadió con suavidad.
Elysia sintió que los hombros de Alex se estremecían, y oyó la profunda risa que sacudió su pecho. Se apoderó de los brazos de ella y se soltó. Dándose vuelta la recibió entre sus brazos y la estrechó con fuerza contra su corazón.
—Ah, milady... ¿ha existido alguna vez alguien como tú? —rió con deleite—. ¿Has oído hablar de la suerte de los Trevegne? Dicen que tengo un pacto con el diablo... bueno, y no haré que este rumor termine. En cuanto vean a mi bruja de ojos verdes tejiendo sus hechizos alrededor de todos nosotros... Pero —añadió previniendo— sólo yo la dominaré, y recibiré sus besos. Sin duda nuestros hijos tendrán cola y cuernos, pero nos pertenecemos el uno al otro como ningún hombre y mujer se han pertenecido jamás.
Alex estrechó el abrazo, moldeándola contra su propio cuerpo.
—Déjame oírlo de nuevo, milady, dime que me amas
—gruñó, mordiéndole con cariño la oreja—, es algo que nunca me cansaré de oír.
—¿No prefieres que te muestre hasta qué punto te amo?
—preguntó Elysia, mirándolo con sus inocentes ojos verdes—. O, si lo prefieres, te dirécuanto te amo, milord. Alex sonrió de costado, y una luz brilló en sus ojos.
—¿Quieres jugar con mis sentimientos, milady? En tal caso tendrás que aceptar las consecuencias, porque tengo una sed viril devoradora, que no se apagará fácilmente.
Interrumpió con los labios la respuesta que Elysia murmuraba, besando ávidamente el dulce rostro de ella, hasta que su boca se cerró sobre sus labios entreabiertos. Elysia le echó los brazos al cuello, apretó con fuerza su boca contra la de él, abriendo su dulzura ante la demanda, mientras las manos de él recorrían su cuerpo.
El apartó su boca de la de ella, contempló los ojos de pesados párpados de Elysia, oscurecidos por la pasión que sus propios labios habían despertado, en un deseo que igualaba al de él.
—¿Bueno, milady? ¿Es acaso demasiado elevado el precio? —preguntó suavemente, con un brillo diabólico en los ojos.
—El precio nunca será muy elevado... vale la pena, milord —contestó Elysia con dulzura y había una expresión atrayente en sus ojos.
Fin
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